Una de las voluntarias que este año ha participad en el campo de trabajo de Tepantlali (México) nos relata su experiencia durante un mes en la Sierra Mixe
Hace unos 20 días que hemos vuelto de la Sierra Mixe y me sigue resultando raro ver edificios grises en vez de nubes bajas y verdes montañas. ¡Cómo lo echo de menos! Su gran acogida, el respeto hacia su cultura y sus raíces, su naturalidad, su capacidad de comprensión, ese “estar cerca” que te hace sentirte acompañada en todo momento.
La gente me pregunta: ¿Volverás? Ve a otro sitio que este ya lo conoces. Pero yo les respondo que no sé dónde estaré el año que viene pero lo que sí que sé es que ahora tengo una familia en Tepantlali y parte de mi corazón está allí.
Cada vez considero más importante agradecer todo lo que la vida nos da, por eso quiero volver a agradecer el apoyo de mis compañeras de experiencia, la dedicación de Martha Ester, Beto, Edwin y toda su familia. No hacía falta estar siempre juntos, sabía que estaban ahí, para tener una buena conversación con Martha, para reírme un rato con Beto o para que Edwin gritase mi nombre y me diese un fuerte abrazo.
Comer en el rancho e ir a visitar los alrededores, ser puntuales y fieles seguidoras de los partidos de baloncesto y animar al equipo, escuchar a la banda de música, que las señoras te pidan hilos de colores para hacer coloridos manteles, que los niños sonrían con el simple hecho de ver una pelota, eso es VIDA.
Y uno aprende… que el respeto es el valor más importante para convivir en paz con el resto y con uno mismo. Que hay gente maravillosa en el mundo y que yo tengo la suerte de encontrármelos.
Una frase que me llega mucho es “Uno vuelve siempre a los viejos sitios dónde amó la vida”. Y yo en Tepantlali amé la vida.