Seguimos en Chiúre para conocer la experiencia de otra de las voluntarias que ha estado este verano participando con nosotros en este campo de trabajo. Esto es lo que nos relata tras regresar a casa:
Escribir este diario es como volver al primer día en Chiúre. Después de un largo viaje desde Nampula, en el que no despegué la vista de la ventanilla del coche, solo pensaba que tenía que contar rápidamente todo lo que estaba viendo. Si se me escapaba el más mínimo detalle, mi familia y amigos no podrían hacerse una idea de cómo era la vida en Mozambique… y me viene a la cabeza el comentario de una compañera, porque rondó por mi cabeza durante cada día que estuve allí: “Esto es el África profunda”, y tenía razón…
Sin embargo, me bastó un día para darme cuenta de que no se podía entender la vida desde el cristal de un coche. Por mucho que me llamaron la atención las casas y los paisajes, me faltaba conocer lo que más me impactó del viaje: las personas que viven allí. Gente que habla con la mirada y escucha con el corazón. Personas tan sencillas que no dudan en hacerte la vida más fácil y ofrecerte todo (absolutamente todo) lo que tienen. Niños que te llenan de sonrisas cada día solo por estar ahí. Todavía se me pone la piel de gallina cuando pienso en aquella mujer tan emocionada que llorando, agradecía cómo tratábamos a sus hijos y todo lo que les enseñamos en la escolinha…
Y he de decir que a veces, no era fácil apañárselas con decenas de niños intentando tocarte el pelo, los brazos, empujándose los unos a los otros por estar a tu lado, y hablándote una lengua que vagamente entendías. Desesperante incluso cuando sacabas un material que todos querían, y se lanzaban a él como si se fuera a acabar. Pero a la vez, gratificante cuando veías que todo lo que planeabas para ellos lo aceptaban con ilusión, con una gran sonrisa. Cuando estaban impacientes por ver llegar a las voluntarias y empezar las actividades de ferias.
Mi experiencia, más allá de todo lo que los niños me aportaron (que es mucho), se centra en la educación en las escuelas de Chiúre. En aquellas maestras que sin apenas leer y escribir, llegan cada día a la escolinha regalando su energía, sus ganas de aprender. Niños que juegan libres, que son felices en la escuela. Es cierto que faltan contenidos, que las maestras no pueden hablar más de lo que ven en su día a día. Y eso, para quien ha tenido oportunidad de enseñar en una escuela europea, impacta.
Gracias, VIDES, por esta experiencia y todo lo que he aprendido. A mis compañeras, por estar en los momentos más difíciles. A la gente de Chiúre, por acogerme como lo hicisteis y dejarme ser una más entre vosotros. Pero sobre todo, gracias a mis niños y niñas por todo lo que me habéis aportado.